Día litúrgico: Sábado XXV del tiempo ordinario
Santoral 30 de Septiembre: San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia
Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).
Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.
Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.
REFLEXIONES DEL PADRE NATALIO:
¿Somos ciegos?
Buenos días, amigo/a.
Jesús liberó a muchos ciegos de su dura condición de no videntes. Sin duda ofrecía de ese modo un llamativo símbolo de otras deficiencias espirituales que desea ardientemente sanar. Son sutiles cegueras que van deteriorando la luz de nuestra percepción profunda de la realidad.
Somos “ciegos” cuando vemos muy bien los errores y defectos de los demás, pero nos negamos a reconocer los nuestros. O cuando nos encerramos tercamente en nuestra manera de pensar y ni siquiera queremos escuchar las ideas y razones de los otros. Somos “ciegos” cuando no valoramos los bienes sencillos pero insustituibles de la vida: la familia, los hijos, el trabajo, la amistad. Somos “ciegos” cuando nos dejamos arrastrar por el afán de tener más, y no paramos nunca, cuando lo único que aparece en el horizonte de nuestra vida son los bienes materiales. Somos “ciegos” cuando nos encerramos en resentimientos en lugar de liberarnos a través del perdón.
Cada uno ha de examinar de qué tinieblas y sombras debe salir y levantarse. Jesús quiere liberarte con la luz que viene de lo alto y guiar tus pasos por senderos de verdadera paz. Dios nos ofrece el libro de su Palabra, y Jesús, Palabra viva del Padre, nos ilumina con sus mensajes y ejemplos. Destina un tiempo cada día para acercarte a esta luz celestial. P. Natalio.
Santoral del Día: SAN JERONIMO
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